La gran diferencia entre un estudiante y un discípulo. El estudiante quiere saber acerca de; todo su esfuerzo está dirigido a pensar mejor. El discípulo quiere ser; todo su esfuerzo está dirigido a cómo ser, a cómo regresar a casa, a cómo volver a recuperar esos ojos infantiles, a cómo renacer...

19 abr 2008

Todos nacemos sin ego.

Cuando un niño nace, es pura con­sciencia: flotante, fluente, lúcida, inocente y virgen; no existe ego.



Más adelante el ego va siendo creado por los demás. El ego es el efecto acumulado de las opiniones de los demás sobre ti. Llega alguien, un vecino, y dice: «¡qué niño tan hermoso!», y le dedica una mirada muy apreciativa. En ese momento el ego empieza a funcionar. Hay quien sonríe y quien no sonríe; a veces la madre está muy cariñosa y a veces muy enfadada, y el niño va apren­diendo que no es aceptado tal como es. Su ser no es aceptado in-condicionalmente; hay condiciones por todos lados. Si llora y berrea cuando hay visitas en casa, la madre se pone hecha una fu­ria. Si llora y berrea cuando no hay visitas, la madre no se preo­cupa. Si ni llora ni berrea, la madre siempre le premia con cari­cias y un beso cariñoso. Si permanece tranquilo y callado cuando hay visitas, la madre se muestra enormemente feliz y gratifican­te. Asimila las opiniones de los demás sobre él; se mira en el es­pejo de la relación.
No puedes verte la cara directamente, sino que tienes que mi­rarte a un espejo, y en el espejo puedes reconocer tu cara. Ese re­flejo se convierte en tu idea de tu cara, pero hay mil y un espejos a tu alrededor y en todos te reflejas. Hay quien te quiere, quien te odia y quien es indiferente. Luego el niño va creciendo y acumu­lando las opiniones de los demás; la esencia global de las opinio­nes de los demás es el ego. Y empieza a verse a sí mismo de la manera en que le ven los demás, a verse a sí mismo desde fuera; eso es el ego. Si la gente le aprecia y le alaba, piensa que es un dechado de perfección y se siente aceptado. Si la gente no le ala­ba ni le aprecia, sino que le rechaza, se siente condenado. Entonces tratará por todos los medios de que le aprecien, de que le aseguren una y otra vez que es respetable, que tiene un valor, un propósito y un significado. Luego viene el miedo a ser uno mismo; pero hay que adaptarse a las opiniones de los demás.
Si renuncias al ego, de repente vuelves a ser un niño.
Dejas de preocuparte por lo que los demás piensen de ti y dejas de prestar atención a lo que los otros digan de ti. No te das por aludido, ni siquiera mínimamente. Has renunciado al espejo. No tiene senti­do; tienes la cara que tienes,
¿para qué consultar al espejo?
Osho- El ABC de la Iluminación

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