Desde mi más tierna infancia me ha gustado contar historias, reales y ficticias. No era en absoluto consciente de que contar historias me iba a dar facilidad de palabra, y de que sería de tremenda ayuda después de iluminarme.
Mucha gente se ilumina, pero no todos se convierten en Maestros, por la sencilla razón de que no saben expresarse bien, no pueden transmitir lo que sienten, no pueden comunicar lo que han experimentado. Ahora bien, en mi caso fue algo accidental, y creo que debe de haber sido accidental en esas pocas personas que se convirtieron en Maestros, porque no existe un cursillo educacional para esto. Y sólo lo puedo decir con seguridad en mi caso.
Cuando llegó la iluminación, no pude hablar durante siete días; el silencio era tan profundo que ni siquiera surgió la idea de decir algo sobre ello. Pero después de siete días, poco a poco, a medida que me iba acostumbrando al silencio, a la beatitud y a la dicha, el deseo de compartirlo —un gran anhelo por compartirlo con aquéllos a los que amaba— fue algo muy natural.
Comencé a hablar con la gente con la que, de alguna manera, tenía algo que ver, con los amigos. Les había estado hablando a estas personas durante años, hablándoles de todo tipo de cosas. Sólo he disfrutado de un ejercicio, y ése ha sido hablar, por eso no me fue muy difícil empezar a hablar de la iluminación; aunque me llevó años refinar y traer a las palabras algo de mi silencio, algo de mi alegría.
Osho- Autobiografía de un Místico Espiritualmente Incorrecto
Afilando la Espada
Pág. 59
Mucha gente se ilumina, pero no todos se convierten en Maestros, por la sencilla razón de que no saben expresarse bien, no pueden transmitir lo que sienten, no pueden comunicar lo que han experimentado. Ahora bien, en mi caso fue algo accidental, y creo que debe de haber sido accidental en esas pocas personas que se convirtieron en Maestros, porque no existe un cursillo educacional para esto. Y sólo lo puedo decir con seguridad en mi caso.
Cuando llegó la iluminación, no pude hablar durante siete días; el silencio era tan profundo que ni siquiera surgió la idea de decir algo sobre ello. Pero después de siete días, poco a poco, a medida que me iba acostumbrando al silencio, a la beatitud y a la dicha, el deseo de compartirlo —un gran anhelo por compartirlo con aquéllos a los que amaba— fue algo muy natural.
Comencé a hablar con la gente con la que, de alguna manera, tenía algo que ver, con los amigos. Les había estado hablando a estas personas durante años, hablándoles de todo tipo de cosas. Sólo he disfrutado de un ejercicio, y ése ha sido hablar, por eso no me fue muy difícil empezar a hablar de la iluminación; aunque me llevó años refinar y traer a las palabras algo de mi silencio, algo de mi alegría.
Osho- Autobiografía de un Místico Espiritualmente Incorrecto
Afilando la Espada
Pág. 59
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